Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 5 de enero de 2018

Henry David Thoreau




Fragmentos:



      A veces me maravilla lo frívolos que podemos llegar a ser, en lo que se refiere a la indecorosa y algo extranjera forma de servicio llamada esclavitud de los negros; hay tantos amos astutos y sutiles que esclavizan tanto el Norte como el Sur. Es difícil tener un capataz del Sur, es peor tener a un norteño como tal, pero es mucho peor aún cuando te conviertes en el capataz de tu propia esclavitud. ¡Y aun así se habla de lo divino en el hombre! Mirad al cochero en la carretera, encaminándose al mercado, de día o de noche; ¿es acaso algo divino aquello que lo mueve? ¡Su mayor deber es dar forraje a los caballos! ¿Qué interés tiene su destino para él mismo, comparándolo con los réditos de los embarques? ¿Acaso no conduce para el señor Fanfarrón? ¿Qué tiene él de divino y de inmortal? Mirad cómo se agacha y escabulle, sin librarse nunca de sus pequeños temores, ni inmortal ni divino, sino esclavo y prisionero de la opinión que posee de sí mismo, una fama adquirida mediante sus propias acciones. En realidad, la opinión pública es un débil tirano si la comparamos con nuestra propia opinión. El destino de cada hombre está determinado por lo que éste piensa de sí mismo. Conseguir la emancipación de uno mismo incluso en las Indias Occidentales de la fantasía y la imaginación, ¿existe algún Wilberforce que pueda traérnosla? ¡Pensad también en las mujeres de esta tierra, que tejen tapetitos de tocador hasta el último día de sus vidas, todo con tal de no revelar un interés excesivo en sus propios destinos! Como si pudiera matar el tiempo sin dañar la eternidad.

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      El tiempo sólo es el río al que voy a pescar. Bebo en él; pero mientras bebo veo el lecho arenoso y constato su poca profundidad. Su débil corriente se desliza a lo lejos, pero la eternidad permanece. Querría beber en lo profundo y pescar en el cielo, en un fondo pedregoso repleto de estrellas. No puedo contar hasta uno. No conozco la primera letra del alfabeto. Siempre he lamentado no ser tan sabio como lo fui en el día en que nací. La inteligencia es una cuchilla: discierne y abres su camino en el secreto de las cosas. No deseo tener mis manos más ocupadas de lo necesario. Mi cabeza es manos y pies. Siento concentradas en ella mis mejores facultades. Mi instinto me dice que mi cabeza es un órgano excavador, como lo son los hocicos y las patas delanteras de algunos animales, y en ella me servirá para minar y horadar mi camino a través de estas colinas. Creo que el filón más rico se halla en los alrededores; me fio de la varita mágica y de los finos vapores que se elevan desde la tierra, y aquí comenzaré a excavar.

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      Creo que es saludable estar solo la mayor parte del tiempo. La compañía, incluso la mejor, se hace pronto cansina y nociva. Me encanta estar solo. No he encontrado un compañero que me acompañe mejor que la soledad. Normalmente estamos más solos cuando nos reunimos con los demás que cuando permanecemos en casa. Allá donde esté, un hombre que piensa o trabaja está siempre solo. La soledad no se mide por las millas que separan a un hombre de sus semejantes. El estudiante realmente aplicado de una de las pobladas colmenas de la Universidad de Cambridge está tan solo como el derviche en medio del desierto. El granjero puede trabajar solo en el campo o los bosques durante todo el día, cavando o talando, sin sentirse solo, porque se halla ocupado; pero cuando vuelve a casa por la noche no puede sentarse solo en una habitación a merced de sus pensamientos, sino que debe acudir donde <<puede ver gente>>, distraerse y, según cree, recompensarse por la soledad de su día; por eso se pregunta cómo puede el estudiante sentarse solo en casa toda la noche y la mayor parte del día, sin tedio ni apatía; no se da cuenta de que el estudiante, aunque esté en casa, sigue trabajando en su campo y talando sus bosques, como el granjero los suyos, y que busca la misma distracción y compañía, aunque sin duda de una forma más condensada.

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      No vale la pena dar la vuelta al mundo para contar los gatos que hay en Zanzíbar. Sin embargo, hacedlo si no tenéis nada mejor en que ocupar vuestro tiempo, quizás encontréis un <<agujero de Symmes>> por el que llegar por fin al interior. Inglaterra y Francia, España y Portugal, la Costa de Oro y la Costa de los Esclavos, todas miran a ese mar privado, pero ningún barco se ha aventurado a perder de vista la tierra, aunque sea siguiendo la ruta directa hacia la India. Si queréis aprender todas las lenguas, adaptaos a las costumbres de todas las naciones y viajad más lejos que todos los viajeros, aclimataos allí donde estéis y obligad a la Esfinge a romperse la cabeza contra un roca, obedeced el precepto del viejo filósofo y exploraos a vosotros mismos. Para ello necesitareis atención y determinación. Sólo los derrotados y los desertores van a las guerras, cobardes que corren a enrolarse. Partid ahora por el camino del lejano Oeste, que no se detiene en el Misisipi o en el Pacífico, ni conduce hacia las agotadas China o Japón, sino que lleva directamente por una tangente hasta esta esfera, en verano y en invierno, de día y de noche, a la caída del sol y de la luna y, al final, a la de la tierra.

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Henry David Thoreau. "Walden". 2013, errata naturae.




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