Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 10 de enero de 2018

Gustavo Borga



MI PADRE SE GOLPEABA LA CABEZA CON UNA PIEDRA

Mi padre se golpeaba la cabeza con una piedra. Se paraba en el patio, agarraba la piedra con las dos manos y la levantaba a la altura de la frente. Luego la chocaba reiteradamente con la cabeza. Mi madre y mis tres hermanas salían al patio gritando y llorando como locas. Luego venía una ambulancia con dos enfermeros y se lo llevaban. Yo, que miraba todo desde la ventana de mi dormitorio, me quedaba mirando la piedra. La piedra, manchada de sangre, seguía ahí.
Después mi padre desaparecía. Está de viaje, decía mi madre. Está en un manicomio, decían mis tres hermanas. Ellas ya no gritaban y lloraban como locas. Tejían para afuera. Yo iba al colegio y cada tanto, desde la ventana de mi dormitorio, miraba la piedra. La piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Del viaje o del manicomio, mi padre siempre volvía y la piedra se teñía de rojo y mi madre y mis tres hermanas gritaban y lloraban como locas y venía una ambulancia con dos enfermeros y se lo llevaban, y la piedra que yo miraba desde la ventana de mi dormitorio, con o sin manchas de sangre, seguía ahí.
Un día mi padre murió. La piedra tiene la culpa, dijeron mis tres hermanas. Hay que esconderla, dijo mi madre. Yo, que miraba la piedra desde la ventana de mi dormitorio, pensé, hay que romperla y tuve un deseo enorme de golpear mi cabeza contra la piedra y que mi madre y mis tres hermanas gritaran y lloraran como locas y que viniera una ambulancia con dos enfermeros y que me llevaran a un manicomio…pero dije no y la piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Un día, mi madre me llamó a su dormitorio. Desde la cama me dijo: tu abuelo se golpeaba la cabeza con esa piedra. Tu padre se golpeaba la cabeza con esa piedra. Vos tenés que golpear tu cabeza con esa piedra. Es tu destino, dijo, y murió. Yo, desde la ventana del dormitorio de mi madre, miraba la piedra. La piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Pasaron muchos años. Mis tres hermanas se casaron. Yo también me casé. Hoy con mi esposa, mirábamos desde la ventana del dormitorio cómo nuestros hijos y los hijos de mis hermanas, jugaban en el patio. Habían hecho una ronda alrededor de la piedra y cantaban.
La piedra, sin manchas de sangre, sigue ahí.





SOLO NO

De niño con mi hermano mayor jugábamos a las escondidas. Un día debajo de la cama de mis padres encontré una palabra. Se la mostré. Dijo con desprecio: “Es solo una palabra”. A partir de ese momento dejé de jugar a las escondidas con el. Jugaba con las palabras. Siempre encontraba alguna. Un día encontré muchísimas en el ropero, dentro de una caja. Ahí guardaba mi madre las fotos de mi hermano y mías cuando éramos pequeños y no sabíamos leer ni escribir.
Un día le dije a mis padres que había encontrado un montón de palabras. Mostraron mucho interés. Se las mostré. Las había pegado a todas en una enorme hoja en blanco. Cuando vieron todas las palabras juntas huyeron despavoridos de la casa. No los he visto más. A mi hermano tampoco. ¿Dónde estarán escondidos?
Yo vivo solo en la misma casa. Bueno, solo no. Están las palabras.



SU OTRO CUERPO

A mi abuelo le encantaba pescar. Antes de morir pidió que arrojaran sus cenizas al mar. Con mi abuela cumplimos con su deseo. Esa tarde, cuando las cenizas tocaron la superficie del agua, un montón de pececitos las devoraron en un instante. Pensé: “Quizás el abuelo reencarnó en un pez. A lo mejor estaba ahí. Si es así, acaba de comer su otro cuerpo”.



Gustavo Borga. 2018, tres microrrelatos obtenidos a través del envío del propio autor.


No hay comentarios: