Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 22 de junio de 2017

Pedro Andreu




22.



Al sur del motel estaba Burgo de Cuerva y al norte, a unos pocos kilómetros, Jabalí Nuevo. Al oeste se extendían los roquedales del cañón del río Iguana y al este el desierto pedregoso que, salpicado por unas pocas chumberas, pitas y arbustos resecados, se perdía hasta donde alcanzaba la vista.
      Alicia pensó que pocas cosas habían cambiado en aquel lugar desde su niñez. Las alambradas de metal que rodeaban el terreno estaban más oxidadas, como la barrera de entrada, donde aún colgaba el cartel de madera donde una vez había escrito “Cerrado por defunción”, aunque ahora costara leer las letras. El letrero de neón que anunciaba el motel hacía mucho que había sido arrancado por las tormentas de arena; era un amasijo de hierro junto a la carretera donde tomaban el sol las lagartijas. Faltaban algunas de las cubiertas de ruedas de camiones que delimitaban el camino hasta la posada. Las tablas de las paredes del motel estaban viejas y con la pintura levantada. Ahora había dos cruces junto al desguace en vez de una. La higuera estaba adornada con botellas de colores. Esas eran las únicas diferencias. Y el silencio. Alicia pensó que desde el aire, la posada parecería abandonada y mostraría un aspecto descuidado; tan solo las cuerdas donde tendían la ropa y las sábanas denotarían vida en aquel duro paraje en el que Lucas había vivido siempre.
      ―¿Qué hay al final de la carretera, mamá? preguntó entonces el niño, sacándola de su ensimismamiento.
      ―No lo sé, hijo. No lo sé.









Pedro Andreu. “El Secadero de iguanas”. 2016, Frida ediciones.



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