Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 5 de enero de 2017

Lord Byron (II)



Fragmentos:



      ¡Lluvia benéfica que reanimas nuestros sentidos, pocas cosas son superiores a ti, vino maravilloso! Que se predique todo lo que se quiera, puesto que se predica últimamente. Honremos a Baco, al amor y a la alegría, y mañana iremos al sermón y a la casa del señor boticario. Puesto que el hombre es razonable, necesario resulta que se embriague, ya que los momentos de la embiraguez son los mejores de la vida. La gloria, el vino, el amor al dinero: he aquí los gozos en los que se congregan las esperanzas de todos los hombres y de todos los pueblos. Mirad el jugo del árbol de la vida; sin él, sus ramas, tan fértiles algunas veces, aparecerían pocas y marchitas. Pero, os lo repito, bebed hasta embriagaros, que, si luego despertáis con dolor de cabeza, fácil es saber lo que debéis hacer... Tirad de la campanilla, decid a vuestro ayuda de cámara que vaya a buscar vino del Rhin y agua de soda. Experimentaréis un placer digno de Jerjes, aquel gran rey. Ni el sorbete exquisito, ni la espuma del vino de los postres, ni el vino de Borgoña, con su chorro purpúreo, tras las fatigas de un viaje, la breve angustia del fastidio, el cansancio del amor, pueden compararse a la bebida del vino del Rhin y el agua de soda...

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      Un niño que admira la luz o que toma el pecho de su madre; un fanático a la vista de un enemigo vencido; un árabe ofreciendo hospitalidad a un extranjero; un navegante pirata apoderándose de una rica presa; un avaro llenando su arca, experimentan alegría, pero nada hay comparable a la dicha de aquellos que contemplan el plácido sueño de la persona que aman. La soledad, la noche, el mar, el estrellado cielo transido de luna, el amor, llenaban el alma de Haida de un sentimiento que no puede explicarse. Allí, en medio de la arenosa playa, junto a las áridas rocas oscuras, se sentía dichosa de haber creado por sí misma en unión de su amante, un verdadero Edén, en el que nada podía venir a turbar su ternura y cuyos solos testigos eran las estrellas del alto firmamento... He aquí la noble y bella historia: una gruta fue su cama nupcial, el dios de la soledad consagró su encuentro, el mar fue su testigo y fueron esposos; ¡dichosos sin duda, ya que cada uno era el ángel del otro y aquella playa su Paraíso!

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      ¡Ay!, el amor es para las mujeres una cosa delicada y temible al mismo tiempo, porque juegan a este dado engañoso todo lo que tienen, y, si se vuelve contra ellas, la vida ya no tiene que ofrecerles sino la memoria cruel de su pasado... Pero su venganza, entonces, es como la del tigre; pronta, mortal y sin remedio. Hábiles en el disimulo, sus corazones desolados, tras echar de menos al ídolo querido, buscan un rico voluptuoso que las compre a título de esposas, y así resulta que su vida acaba transformándose en todo lo que sigue; un amante infiel, un marido nada grato, otro amante sólo elegido para el placer de la venganza; la distracción de los adornos, la calidad de madre, acaso, la devoción cuando ya son viejas y..., todo queda concluido... Esta toma nuevo amante, aquélla prefiere una botella, la de más allá corre tras disipaciones del gran mundo. Y hasta las hay que se van con un nuevo seductor, con lo que no hacen sino cambiar de penas y perder todas las ventajas de la virtud disimulada.

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      ¡Oh, amor! ¿Por qué en este desgraciado mundo cambias tan duramente el dulce don de ser amado? ¡Ah! ¿Por qué has introducido en el jardín amable de tus delicias las hojas del ciprés? ¿Por qué te vales de un suspiro como el mejor intérprete de tus sensaciones? Semejantes a aquellos que, para gozar el perfume de las flores, las cortan y ponen sobre su seno, sin pensar que en él habrán de marchitarse, así colocamos en nuestro corazón los frágiles corazones que adoramos, para verlos luego perecer.

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      En realidad, el aplauso público me es indiferente. Los grandes nombres no son más que nombres, y el amor de la existencia de troya. Las edades venideras discutirán si hubo una vez o no hubo una ciudad llamada Roma. Las generaciones de los muertos quedarán borradas. Las tumbas son las herederas de las tumbas, pero un día la memoria de los siglos se acaba y desaparece bajo las ruinas de los que los siguen. ¿Dónde están aquellos epitafios que leían nuestro padres? Apenas quedan unos pocos salvados de la inmensa noche sepulcral, en la que millares y millares de muertos han perdido su nombre en la universal muerte. Todas las tardes gusto de pasear a caballo junto al sitio donde pereció, en medio de su gloria, aquel héroe que vivió demasiado para los héroes y demasiado poco para la vanidad humana, el joven Gastón de Foix. Una corona, esculpida con arte, pero cruelmente abandonada a la mano destructora del tiempo, cuenta la carnicería de Ravena, y la base de esa corona está cubierta de espinas e inmundicias. Todos los días paso junto al mausoleo del Dante: una pequeña cúpula, más sencilla que majestuosa, protege sus cenizas, y si bien, de vez en cuando, la tumba del poeta luce unas flores, recibiendo con ello un homenaje rehusado a la del guerrero, no obstante llegará un tiempo en que, igualmente olvidado el trofeo del capitán y el libro del poeta, tendrán la misma suerte que los versos y las hazañas que precedieron a la muerte del hijo de Peleo y al nacimiento del divino Homero... Con todo, siempre habrá poetas; aunque la gloria no sea más que humo, porque ese humo es incienso para el hombre. El sentimiento inquieto que inventó los primeros versos buscará siempre lo que buscaba antaño. Así como las olas se convierten en espuma sobre las playas, las pasiones, alcanzando sus últimos límites, se hacen poesía. La poesía no es más que la pasión o, por lo menos, tal vez fue hasta que llegó a convertirse en una moda...

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Lord Byron. “Don Juan”. 1970, Editorial Pueyo.






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