Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 4 de enero de 2017

Lord Byron (I)



Fragmentos:



      Se dice que Jerjes ofreció una recompensa al que pudiera inventarle un nuevo placer. A fe mía, Su Majestad pedía una cosa bastante difícil y que le hubiera costado el sacrificio de un tesoro inmenso porque el placer merece más respetos. ¡Oh, placer, cosa verdaderamente muy dulce, aunque por tu causa, un día, seamos condenados sin remisión! Todas las primaveras hacemos un proyecto de reforma de nuestras vidas, que olvidamos al siguiente mes. Aunque hayamos violado con frecuencia los castos votos, ha sido siempre con la confianza de que los cumpliríamos, y, en verdad, es la buena fe la que nos empuja en nuestros propósitos de ser más prudentes en el próximo invierno.

***



      <<Yo amaba. Amo todavía; he sacrificado a este amor mi rango, mi dicha, el favor del cielo, el aprecio del mundo, mi mismo aprecio... Sin embargo, no siento la pérdida de todo ello, ya que es tan dulce para mi memoria del sueño de mi corazón... Si os hablo aquí de mis faltas, don Juan, no es, de ningún modo, para alabarme de ellas, puesto que nadie puede juzgarme tan severamente como yo misma lo hago. Os escribo tan sólo por que el reposo huye de mí. Pero no tengo nada que reprenderos, ni nada que pediros. El amor es un episodio en la vida del hombre y, sin embargo, es toda la existencia de la mujer. Las dignidades de la Corte y de la Iglesia, los laureles de la guerra o de la gloria, los dones todos de la fortuna son el patrimonio del hombre, y le ofrecen el bello y fuerte licor con que llenar el vaso vacío de su corazón, y así son muy pocos los hombres que no se dejan seducir por todo ello. En cambio, nuestro sexo sólo tiene un néctar dulcísimo con que colmar su copa; amar..., amar siempre y perderse.>>
      <<Vos, don Juan, seguiréis la carrera de los honores y de los placeres, seréis amado y amaréis muchas nuevas hermosuras; para mí todo ha concluido en la tierra, excepto la triste andanza de unos años, durante los cuales voy a esconder en el fondo de mi corazón mis dolores y mi vergüenza. Podré soportarlos todo, pero no puedo desterrar la fatal pasión cuyo fuego me consume como antes... ¡Adiós, pues! Perdóname. Amame..., aunque esta palabra es ya inútil ahora... Pero, amado mío, no puedo borrarla>>...
      <<Mi corazón ha sido todo debilidad. Todavía lo es, aunque deseo reunir dentro de él y contra ella todas las fuerzas de mi alma. Siento circular mi sangre briosamente, y ello hace renacer mi valor; del modo mismo como corren las hondas pacíficas cuando los vientos quedan en calma. Mi corazón es el de una mujer tímida, que no puede olvidar, sin embargo. Es ciego para todo, excepto para una sola imagen. Lo mismo que la aguja que se vuelve siempre señalando el Polo, mi corazón prendado está fijo en una idea querida... No tengo más que decir, y, sin embargo, no puedo dejar la pluma; no me atrevo a estampar sobre el papel la inicial de mi firma... ¿Qué tengo que temer, ni qué esperar?... Y, sin embargo, no puedo terminar. MI desgracia no puede aumentarse. Moriré; pero temo que la muerte huye a los desgraciados que corren tras ella. ¡Si las penas acabasen nuestra vida!... Estoy condenada a sobrevivir a esta despedida y a soportar la vida para amaros y rogar por vos.>>
      Esta carta se escribió sobre el papel dorado, con una pequeña y linda pluma nueva. La blanquísima mano de Julia apenas podía acercarse a la llama de su bujía para ablandar el lacre que había de cerrarla, y nuestra tierna amiga se mostraba trémula como una aguja que se aproxima a la piedra imán. Sin embargo, no dejó caer una sola lágrima, y pudo al fin lacrarla y grabar sobre el lacre su sello. Un sello que tenía un girasol en el centro, sobre una cornerina blanca, y en el que se leía este lema: <<Os sigo a todas partes>>... El lacre era muy fino y del más hermoso bermellón.

***







      Si alguien tuviese el atrevimiento de decir que esta historia no es moral, le pido respetuosamente que no lance la queja antes de sentirse herido. Que me lea una segunda vez y que pruebe a decir todavía que mi poema es inmoral, porque es alegre. ¿Quién cometerá la impertinencia? Además, yo haré ver en mi libro duodécimo, al final, el lugar horrible al que van a parar siempre todos los malvados.
      Espero, pues, en calma vuestro aplauso, por más que la gloria no sirva para nada distinto al magno empeño de llenar cuartillas y cuartillas de papel, a fin de definirla inciertamente. Algunos la comparan a una alta colina, cuya cumbre se oculta entre las nubes. ¿Por qué escriben los hombres, por qué hablan y por qué predican? ¿Por qué los héroes degüellan a sus semejantes? ¿Por qué los poetas consumen febrilmente en su trabajo el noble aceite de sus lámparas? Para obtener, cuando ellos mismos sean polvo, un mal retrato, un busto todavía peor y un pequeño nombre... Un rey del antiguo Egipto, llamado Cheops, hizo elevar la primera y mayor de las pirámides, creyendo que bastaba un monumento semejante para conservar entera su momia y su memoria. Y un día, un viajero, escavando el interior de ella, se entretuvo en romper la caja que guardaba el cadáver del monarca. Por consiguiente, ¿qué monumento podrá conservarnos cuando no queda ni la huella de las pobres cenizas de Cheops? Por eso yo, apasionado de la verdadera filosofía, me digo muy a menudo:
      << Todo cuanto ha sido creado, debe acabar. El hombre al que la muerte siega con su guadaña, exactamente lo mismo que la hierba de los prados. He pasado mi juventud bastante agradablemente, y si pudiese volver a empezar..., haría lo mismo. Doy, pues, gracias a mi estrella, que no me hizo ser más desgraciado; leo la Biblia, y tengo buen cuidado de mi bolsillo.>>


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Lord Byron. “Don Juan”. 1970, Editorial Pueyo.




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