Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 25 de septiembre de 2016

E. M. Cioran



Fragmentos:





Los pensadores expresan de ordinario su locura en sus obras y reservan su sensatez para sus relaciones con los demás; serán siempre más inmoderados y despiadados cuando combaten una teoría que cuando se dirijan a un amigo o un conocido. El diálogo a solas con la idea incita al desvarío, anula el juicio y produce la ilusión de la omnipotencia. En realidad, el enfrentamiento con una idea desequilibra, priva al espíritu de su seguridad y al orgullo de su calma. Nuestros trastornos y aberraciones proceden de la lucha que libramos contra irrealidades y abstracciones, de nuestra voluntad de triunfar sobre lo que no existe; de ahí el lado impuro, titánico, divagador de las obras filosóficas, como por otra parte de toda obra.

***



      

      Cada época tiende a pensar que es, de alguna manera, la última, que con ella se cierra un ciclo o todos los ciclos. Hoy, como ayer, concebimos más fácilmente el infierno que la edad de oro, el apocalipsis que la utopía, y la idea de una catástrofe cósmica nos es tan familiar como lo fue para los budistas, los presocráticos o los estoicos. La intensidad de nuestros terrores nos mantiene en un equilibrio inestable, propicio a la eclosión del don profético. Ello es particularmente cierto en los períodos posteriores a las grandes convulsiones. La pasión por profetizar se apodera entonces de todo el mundo y tanto los escépticos, entregándose de común acuerdo a la voluptuosidad de haberlo previsto y proclamado. Pero son sobre todo los teóricos de la Reacción quienes exultan, trágicamente sin duda, ante la realidad o la inminencia de lo peor de lo peor que constituye su razón de ser.

***





      La clase media, al afirmarse, debía necesariamente ser impermeable a la elegancia, al refinamiento, al escepticismo de calidad, a las maneras y al estilo que definían el Antiguo Régimen. Todo progreso implica un retroceso, toda ascensión una caída; pero, si se cae avanzando, la caída se limita a un sector circunscrito. La llegada de la burguesía liberó las energías que había acumulado durante su alejamiento forzoso de la vida política; desde ese punto de vista, el cambio provocado por la Revolución representa indiscutiblemente un paso adelante. Lo mismo sucedió con la aparición sobre la escena política del proletariado, destinado a su vez a sustituir a una clase estéril y anquilosada; pero, incluso en este caso, el principio de retrogradación deberá intervenir, puesto que los recién llegados no podrán salvaguardar una parte de los valores que compensan los vicios de la época liberal: horror hacia la uniformidad, sentido de la aventura y del riesgo, pasión por la libertad en materia intelectual, apetito imperialista del individuo más aún que de la colectividad.
      Una ley inexorable marca el ritmo y gobierna sociedades y civilizaciones. Cuando, por falta de vitalidad, el pasado zozobra, no sirve de nada aferrarse a él. Y sin embargo esa adhesión a formas caídas en desuso, a causas perdidas o equivocadas, lo que hace patéticos los anatemas de un Maistre o un Bonald. Todo parece admirable y todo es falso en la visión utópica; todo es execrable y todo parece verdadero en las constataciones de los reaccionarios.

***








      Desde que conozco a Beckett, me he preguntado con frecuencia (interrogación obsesiva y bastante estúpida, lo reconozco) qué relación puede manteber con sus personajes. ¿Qué tienen en común? ¿Es imaginable una disparidad más radical? ¿Debemos admitir que no sólo su existencia sino también la de su propio autor flota en esa <<luz de plomo>> de la que se habla en Malone muere? Más de una de sus páginas me parece un monólogo de después del final de algún período cósmico. Sensación de penetrar en un universo póstumo, en alguna geografía soñada por un demonio liberado de todo, hasta de su desgracia.
      Seres que ignoran si aún están vivos, víctimas de una inmensa fatiga, una fatiga que no es de este mundo (por utilizar ese lenguaje bíblico que tanto detesta Beckett), concebidos todos ellos por un hombre al que adivinamos vulnerable y que lleva por pudor la máscara de la invulnerabilidad no hace mucho tiempo tuve súbitamente la visión de los lazos que les unían a su autor, a su cómplice... Lo que en ese momento vi, lo sentí más bien, no podría traducirlo a una fórmula inteligible. Sin embargo, desde entonces, cualquier palabra de sus personajes me recuerda las inflexiones de una voz... Pero añado enseguida que una revelación puede ser tan frágil y tan falsa como una teoría.

***





      Su suicidio dejó a todo el mundo perplejo. ¿Cómo explicarlo? Lo extraordinario no necesita comentario. Se puede sin embargo emitir una hipótesis que sólo será una respuesta para quienes se han enfrentado al abismo de las noches de insomnio. De Stäel conocía ese abismo como un iniciado, como un especialista del vértigo. Lamentaré siempre haber ignorado la dimensión de sus tormentos. De haberla adivinado hubiéramos sin duda sido amigos, dada la complicidad que existe entre los insomnes, esos malditos castigados por crimen de lucidez. Velar es ser consciente más allá de lo soportable, es no poder olvidar, es experimentar la continuidad de lo intolerable. Mientras los que duermen comienzan cada mañana un nuevo día, para el insomne apenas es posible el olvido, puesto que noche y día arrostra sin interrupción el mismo infierno.








E. M. Cioran. “Ejercicios de admiración y otros textos”. 1992, Tusquets Editores.


No hay comentarios: