Frente al silencio.

Frente al silencio.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Ana Patricia Moya




1999


Recuerdo que eran grandes y azules:
siempre acababan en el estómago vacío
en desayuno, almuerzo, merienda y cena,
diluían vómitos rojos
                                  y conciencia sucia.

Luego, en el armario de mi habitación,
las pequeñas, blancas y genéricas
durante una temporada,
no pude permitirme la marca de moda
en dosis única para felicidad artificial diaria.

Ahora, guardo algunas cajitas vacías, junto
                                    a recetas médicas
y el primer poema de no amor que escribí en papel.
Ya evito intoxicarme con pura química:
buceo en la realidad con las manos desnudas,

          manos miserables que sólo entienden de vida.




Princesa con bata y pelos revueltos


De pequeña,
las manos las tenía llenas
de veinte pesetas de chucherías,
los labios manchados de chocolate
onzas que compraba mi abuelo en el supermercado,
vestía ropa sucia de la calle,
me escondía debajo de la mesa
con mis hermanas

                                y reía.

Ahora
tengo una caja llena de sueños,
dos sueldos y una licenciatura,
filosofía en zapatillas de andar por casa,
(casi) todos los libros y discos deseados,
experiencias de madurez forzada.

                                                      No soy feliz.




Adán y Eva


Me distancié del paraíso.

No es que prefiera la soledad:
he optado por tolerar sólo el daño
que me haga a mí misma.






Sólo nos queda escribir,
                      aferrarnos a las palabras
como botes salvavidas que te aíslan
de territorio hostil,

porque Dios es un incompetente
sin aliento, incapaz de responder a los dilemas,

para reclamar que somos animales
sin domesticar, que aúllan y rugen
cuando nos descarnan las heridas,
                                que nos tornamos sumisos
cuando una mano dócil e inocente
acaricia nuestras garras.

Sólo nos queda escribir
testamentos únicos de supervivencia
para escapar de la locura,

                                 para dar sentido a tanto dolor.




Ana Patricia Moya. “Píldoras de papel”. 2016, Huerga y Fierro Editores.



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