Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 25 de agosto de 2016

Ray Loriga (I)



Fragmentos:



      Conducía un camión lleno de dinamita por la Plaza Roja cuando se dio cuenta de que ya no había nada que hacer allí. Se acordó de la foto de Iggy Pop y David Bowie en Moscú. Trató de encontrarlos pero no dio con ellos. Así que comenzó a angustiarse y se angustió tanto que se despertó.
      Le pregunté: ¿Qué coño pasa?
      Y dijo: Nada, sólo era un sueño.
      Después volvimos a quedarnos dormidos. Soñé que tenía una pistola de plata. Una pistola preciosa. Primero disparaba contra el tío que mató a Lennon y pensaba: eso está bien, pero después me ponía a dispararle a todo el mundo. Disparaba sobre los que iban de uniforme y me daba igual que fueran policías, carteros, azafatas o futbolistas. Sinceramente no sabía qué pensar al respecto. Cuando se terminaron las balas, tiré la pistola al suelo y eché a correr. Corría tan deprisa como podía, y podía correr realmente deprisa. Tanto que los niños temblaban en sus asientos cuando pasaba cerca de un colegio. Corría mucho más deprisa de lo que he corrido nunca despierto, dos o tres veces más. Cuando llegué a Moscú me puse a buscar a Iggy y a Bowie pero para entonces ya era viejo y estaba cansado. Un chico con una cazadora de cuero roja me dijo: Bowie ya no está aquí, se ha ido a Berlín, Iggy está con él. Hace un rato ha venido tu chica, pero ella corría más que tú. Ya debe de estar allí. Después el chico se marchó y me quedé sólo y empecé a comprender que todo era un sueño, desde el principio. Porque yo no podía ver en sus sueños y porque ni siquiera tenía chica.
      Muchos años más tarde estuve en Berlín con ella y, a pesar de que Bowie ya no estaba allí, pasamos un tiempo extrañamente feliz. Berlín es una ciudad jodidamente extraña. Contamos ángeles debajo de la lluvia, saludamos a la gente del circo cuando ya se marchaban, compramos medallas a los desertores y yo me acordé de algo que decía Bob Dylan: << Te dejaré estar en mis sueños, si yo no puedo estar en los tuyos.>>

***





      ¿Qué es lo más triste que recuerdas?
      Todo ese tiempo durante el cual no había nada que tapase la tristeza. Quiero decir que la tristeza es algo constante. Las canciones tapan la tristeza igual que el ruido tapa el silencio. Cuando las canciones se acaban vuelve la tristeza. Ir sentado en el autobús por la noche. El sonido de los televisores en verano que baja hasta la calle desde las ventanas abiertas, y la luz azul de los televisores en las mismas ventanas, la estupidez de los domingos, organizar tu propia fiesta de cumpleaños, los regalos que no te gustan hechos con verdadera ilusión, dejar de sentir maravilloso para sentirse normal, no beber, no tomar nada, estar como al principio, Cáceres, cuando desaparece la sensación de ser otra persona que se te queda al salir del cine, las conversaciones del taxista, el metro, las máquinas de chicles del metro, la desgracia o la suerte de los parientes, cualquier noticia de los parientes en realidad, tratar de dormir solo sin estar borracho, los trenes de cercanías, que nada se parezca a algo que has leído. Lo peor es la tristeza. Arriba y abajo es mucho mejor que la tristeza, no importa lo violenta que sea la caída.
      ¿Cuánto puedes subir?
      Da igual cuanto consigas subir, porque siempre llegas a un punto en el que ya no hay más. Puedes seguir con las anfetaminas pero ya no subes ni un peldaño más. Te quedas colgado en tierra de nadie, como una cometa en un tejado, y cuando te pasa eso quieres bajar y descansar pero no puedes y a veces te cuesta un par de días y con un par de días bastantes jodidos. No puedes dormir y no puedes seguir funcionando. No vas a ninguna parte, como una lancha con un motor de seiscientos caballos fuera del agua, la hélice sigue girando pero no avanzas, tienes que esperar a que se termine la gasolina, no puedes parar la hélice con las manos.
      ¿Y eso es bueno?
      Eso es algo y algo siempre es mejor que la tristeza.

***





      Conocí a un chico que era alérgico al polen y al polvo y al serrín y al humo provocado por combustión de carburantes y a las ensaladas y a los gatos y a las ballenas y a las fibras sintéticas y a cada uno de cada dos medicamentos. Era uno de esos chicos que no hablan con nadie. Parecía uno de los que viven en campanas de cristal, así que tenía que enfrentarse con todas sus alergias. Llevaba sus alergias encima como un viajante comercio lleva sus maletas. Demostró legalmente que era alérgico a sus padres, así que sus padres tuvieron que darle una pensión vitalicia sin disfrutar a cambio del consuelo de agujerear sus zapatos con sus propias desgracias, además él ni siquiera llevaba zapatos porque era alérgico a la piel y el caucho. Le hicieron unos zapatos de madera pero a él le pareció que era como andar con dos ataúdes chiquititos en los pies, así que los tiró por la ventana. Una chica que pasaba por la calle recogió los zapatos, y como nunca había visto unos zapatos tan raros subió a ver de quién eran. El chico abrió la puerta y la chica entró, los dos se miraron un rato y los dos eran guapos, y los dos llevaban solos demasiado tiempo, así que se abrazaron un poco a ver qué pasaba y resultó que la chica iba vestida con fibras sintéticas y tenía ojos de gato, y estaba gorda como una ballena y tenía polen en el pelo y serrín en el cerebro y antibióticos en los dedos y ensaladas en la falda y un motor de explosión que le ayudaba a subir las escaleras. El chico se murió con una estúpida y gigante sonrisa de felicidad en la cara.
      Cuando me desperté estaba seguro de que podía aprender algo de ese sueño pero no sabía qué coño podía ser.

***








      Nadie dijo que fuera fácil. Me refiero a correr, esconderse, tratar de querer a alguien, pasar las noches despierto, no enredarse con la mierda del Dios bueno y el Dios trabajo, avanzar sin tirar el lastre, esquivar las balas y tratar de averiguar qué coño pueden hacer los niños en medio de las bombas enterradas en el suelo y las bombas que caen desde el cielo y todas las otras bombas escondidas en la saca del cartero dentro de envíos contrarreembolso.
      Tenía un amigo que casi nunca llegaba a tiempo y que siempre pedía más dinero del que podía devolver. Todos sabíamos que no le iban bien las cosas, pero cuando le veías podías jurar que no fuera un príncipe. Parecía uno de esos herederos que se pasan la vida haciendo lo que les da la gana porque saben que algún día todos sus problemas se arreglarán y todos los fantasmas se irán por donde han venido. Todos sabíamos también que no había ninguna herencia esperándole, pero lo cierto es que nadie en el mundo se lo merecía más que él.
      Tenía un coche francés, un tiburón. Era un coche precioso. Le debía dinero a todo el mundo, pero jamás vendió su coche.
      Recorría la ciudad buscando dinero dentro de su coche y lo cierto es que casi todos sus amigos estábamos de acuerdo en que había que hacer cualquier cosa ante que perdiera un coche como ése. No le gustaba nada tener que pedir dinero, así que bajaba de su maravilloso tiburín y te decía: Amigo, no me dejes colgado. Con él y su coche descubrí que algunas personas valen más por lo que piden que por lo que dan.


***




Ray Loriga. “Héroes”. Plaza&Janés Editores, 1993.




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