Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 2 de julio de 2016

Felipe Benítez Reyes (II)



Fragmentos:



      Hoy estoy preguntón: ¿qué diferencia existe entre el hombre que llega a casa y se arrellana en su sillón favorito y el leopardo que duerme cada noche en el mismo rincón de su jaula del zoo? ¿Qué diferencia aprecian ustedes entre el elefante que le rompe una pata a la hembra durante el frenesí del apareamiento y el joven que le estruja las tetas a su novia antes del polvo número 5 de su vida en común, cuando aún los cuerpos son enigmas mutuos que pugnan por desvelarse mediante los ojos, la lengua, las uñas hirientes? ¿Qué diferencia existe entre el polvo número 5 y el polvo número 2005? (Etcétera.)
      A los ocho o nueve meses de compartir techo con Yeri y con los niños, yo llegaba a casa, comía, me echaba una siesta, me daba luego una vuelta por ahí, volvía más o menos a la hora en que Yeri cerraba el negocio, cenábamos, me liaba un canuto, veíamos una película intrigante o algún concurso de gente avariciosa, nos íbamos a la cama, nos tocábamos o no nos tocábamos y, en medio ya de la duermevela semimágica, me decía a mí mismo, a la manera de una oración fatalista: <<Un día menos de vida, Yéremi>>.

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      La verdad es que me gusta eso de merodear solo de vez en cuando, porque activa la imaginación: llegas a convencerte de que existe la lámpara de Aladino. Recuerdo a este respecto un discurso que improvisó Jup un día que estaba en registro Zaratrustra: <<¿Qué interés puede tener nadie en salir de copas con una mujer de la que ya conoce hasta el color de las bragas que lleva? ¿Qué misterio tiene eso? No. Lo que te da ánimo para zascandilear es la ilusión de toparte con alguna desconocida que esté predispuesta a cruzar unas palabras contigo, de manera que puedas plantearte en silencio grandes arcanos de la vida: ¿tanga?, ¿depilado?, ¿teñido a tono con el tinte de pelo?, ¿algún pequeño tatuaje? Esa es la ilusión del detective de la vida en general. Esa es la ilusión que nos impulsa a lavarnos un poco, a peinarnos, a echarnos una roción de colonia y a decirle al pirulo que se refleja en nuestro espejo: “Ea, vamos allá, campeón. Que cruja el mundo”>>.

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      Incluso en las discotecas últimas, El Que Fue no dejaba de ser el que era: <<Hoy el Ente Supremo se lo ha montado a lo grande: ha hecho que ciento diecisiete pastores argelino mueran a manos de los fundamentalistas, ha hecho que el precio de la leche y que una cantante alcohólica mexicana grabe un nuevo disco horripilante, entre otros cuantos millones de detalles de ese corte. Mañana tendrá el antojo de derribar un avión, de provocar un terremoto y de hacer que una niña hindú pise una serpiente venenosa, entre otros cuantos millones de accidentes, porque el Ente Supremo tiende al tremendismo. Dicen los teólogos que todo eso responde a la necesidad de mantener un equilibrio misterioso, incomprensible para la mezquina mente humana, porque la gente es demasiado quisquillosa y no le sienta bien que la sepulte un alud de nieve o que se la coma un tiburón; pero no hay qué preocuparse, dicen los teólogos, porque el Ente Supremo lleva bien ese negocio suyo de distribución a domicilio de armonía y de caos, de rutina y catástrofe, pero ¿sabéis lo que os digo?>>. (Y nos miraba fijamente, uno por uno, y todos íbamos negando con la cabeza.) <<¿No? Pues muy fácil: que en cuanto me tome dos copas más, me voy al Garden, por si acaso el Ente Supremo le da mañana por fijarse en mí y me incluye en uno de esos lotes dramáticos, en uno de esos genocidios que son imprescindibles para mantener el horror divino en el universo, de acuerdo, pero muy desagradables a escala individual. Y ahora les ruego, caballeros, que tengan el detalle de invitar a una copa a este pobre juglar que canta las hazañas sangrientas de Dios.>> (Y le invitábamos, claro está, porque El Que Fue era pródigo en palabras, pero duro de bolsillo.) (Y luego nos íbamos todos al Garden.) (Y yo pensaba en María.)

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      Mi cumpleaños ocurrió hace ya unas horas. Lo he celebrado contándoles a ustedes estas historias peregrinas. <<¿Y por qué nos has hecho perder el tiempo con tus historias peregrinas?>>, me preguntarán, y con razón, porque comprendo que el relato de cualquier vida es un misterio, sí, aunque no para quienes lo escuchan, sino para quien lo cuenta. (Pero, en fin, no sé, digamos que tenía ganas de hablar.)






Felipe Benitez Reyes. “El pensamiento de los monstruos”. 2002, Tusquets Editores.



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