Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 22 de abril de 2016

José Luis Piquero.



ELOGIOS DEL PEZ-LUNA

(por P.F.)


Ese vértigo-abajo de los días peores
al fin no es más terrible
que ese vértigo-arriba de la infancia
mientras alguien se inclina hacia nosotros
desde torres monstruosas y nos deja
un pellizco de susto en la mejilla.

Acaso tu problema fue quedarte
en aquellas regiones tanto tiempo
y no haber asumido esta estatura;
ser siempre el niño atónito
al que cambian sustos y juguetes
por miradas de pasmo y unas gracias.
Apostaría a que fuiste un niño silencioso.

De las mañanas tontas de cafés y sin clase
(hace no muchos años) me han quedado
unas cuantas imágenes sucesivas de ti:
Pelayo en blanco y negro, muy de acuerdo
con lo que ha dicho alguien y está claro.
Pelayo un disparate de voces, consiguiendo
que nos echen. Pelayo
con la mirada fría y en silencio. Por fin,
Pelayo desolado frente al vértigo
de sus peores días, ya inconexo y terrible,
lejos de todos, roto.    
                               Lo confieso:
Casi te aborrecí por habernos dejado
solos, por asumir
ese papel confuso, desgraciado, que hacía
de nosotros inútiles testigos
de tu dolor, figurones sin frase;
y porque nos pusiste
frente a frente con algo que se parece al miedo.
Eras un ser extraño: un pez de charco,
un comedor de tierra, un joker triste
perdido no sé dónde entre los naipes,
y me acuerdo de días
en que te despedí ya para siempre
y sin sentir nada.

                                Vienen luego
las escenas cruentas: Un cristal
que se rompe. Gritos en la escalera.
Alguien que pide un taxi. Una bufanda
empapada en sangre. La negrura
del lobo en una cándida cama del hospital.

No fueron buenos tiempos, quién lo duda.

Pero hoy que, ya de vuelta de esos años,
sano y salvo, te sientas junto a mí,
pido café y charlamos tan a gusto,
e incluso nos reímos al pensar
en los viejos errores, yo quisiera
saber más, comprenderlo.

Preguntarte (quizá porque es preciso
saber que hubo una justificación
para tanto dolor) qué te tentaba
del lado oscuro, si valió la pena
y si aprendiste algo. O si fue sólo
una forma egoísta de salvarte,
o un ajuste de cuentas con la vida
y el ensayo de otra vida imposible.

O simplemente eras como un niño
rompiendo en mil pedazos el espejo,
dando cuerda al reloj de tal manera
que aún le dicen dormido,
sin escuela, y se ríen.






PALABRAS DE CAÍN ADOLESCENTE


Yavé se complació en Abel y su ofrenda,
mientras que le desagradó Caín y la suya.
Caín entonces se encolerizó y su rostro
se descompuso. Yavé le dijo: ¿Por qué te
encolerizas y te muestras malhumorado?

Gén 4, 4-6


Me he pasado la vida malgastando favores en personas que
    nunca me quisieron.
Yo sólo deseaba ser del grupo.

Tratado como un corruptor de sueños,
mantenido a distancia de niños y mascotas, como a quien
por extraño no se recibe en casa,
he tenido que oír ya demasiadas veces que soy un
     impostor.

Tarde para los besos, para estrechar las manos,
tarde para las lágrimas y el arrepentimiento,
tarde para cualquier palabra.
                                              Tarde:
por lo visto yo siempre llego tarde.

Y de noche, en la casa en donde todos duermen,
mientras fumo asomado a la ventana,
o en la mañana sórdida de cafés y cristales empañados, a
     solas con el mundo
o en la blancura estéril de una página,
he comprendido tarde que es inútil querer ser otra
     cosa que el fantasma embustero que habéis hecho de mí,
u no-muerto cortado a la medida de todo lo que nunca
     quise ser,
alguien a quien sin duda me parezco, como un hombre a
     su máscara:
el hipócrita, el sucio y el que no es de fiar,
a un paso del ridículo (el cantante de moda o el bachiller
      con granos),
a un paso del horror (el buen chico que sale en los sucesos).

Soy el que traicionó tus confidencias.
El que maltrató al tonto de la clase.
El que lo enredó todo cuando los dos amigos disputaban la
     misma chica idiota.
El que habló mal de ti cuando no estabas y trató de poner
     en contra tuya al grupo.
El que usó del chantaje
sentimental (es fácil entre amigos)
para ahuyentar del grupo a los extraños,
vuestros otros amigos, que eran más ocurrentes, más
     experimentados y, qué pena,
más incautos.
El que juró y juró, <<podéis creerme...>> y <<no sabía...>>, y sí
sabía y consiguió que le creyeran.

Soy el que habló al oído de una chica asustada y aún me
      acuerdo
le imaginó un futuro más honorable, una salida digna,
      <<hazlo, mujer>>,
y durante un momento era todo posible, matar con una
       frase, aquel horror...
Mi máscara lo ha dicho, que soy ese:
agazapado, sórdido,
al que puedes tumbar con un buen puñetazo y zumba en
     torno tuyo,
pero nadie es al fin tan peligroso piensas cuando
     puedes tumbarlo con un buen puñetazo,
y luego es tarde, mira, ya te tengo.
Todos llegamos tarde alguna vez.

¿Y nada más? ¿Acaso os preguntásteis un instante qué
      oculta la máscara de un monstruo?
Me acuerdo de esa infancia interminable,
a caballo en la rama más valiente del árbol de los juegos.
Eso era algo; no
el paraíso exactamente, pero
ternura pronta, cándido heroísmo y la avidez legítima
    del cachorro intocado
allí existía el orden. Y es curioso
que a la luz de una infancia ideal los enemigos sean menos
     enemigos.
También ellos tuvieron ese miedo indefenso que redime
y una conmovedora propensión al llanto.

¿Sabéis quién soy a solas? El que escucha
canciones tristes.

He soñado a menudo redimir mi egoísmo con un gesto,
      dar mi vida
a cambio de otra vida,
ser el súbito héroe que muere en el incendio.
Pensad en mí lejano, la cabeza inclinada.
Toda esa gente afuera, tanto frío, las calles se bifurcan y el
     camino que lleva a la casa segura no se termina nunca.

Yo he pensado en la muerte y a menudo he ensayado una
      muerte inofensiva, de poca sangre y mucho, mucho
      miedo,
sólo para ahuyentar de mí todo el ridículo y el asco de mí
      mismo,
cuchilla en las muñecas, quemadura en los brazos para
      seguir viviendo,
porque al final el dolor es la consciencia, es el ruido del
      mundo que a tu alrededor chilla y te agita los hombros.

Te aferras a esa vida con desesperación y, sin embargo,
eres adolescente: nunca sabes qué hacer ni qué decir, dónde
      poner las manos y los ojos.
Tu cuerpo ya es grotesco y esas chicas se ríen. No te gusta
      tu cara.
Estás enamorado. Más allá de las fórmulas, los libros te
      insinúan una vida más fácil en cualquier otra parte.

Los libros te consuelan en todo lo esencial.

Y tú en tu jaula estéril te revuelves, inútil, sudoroso, como
      en la noche insomne cuando el calor te ahoga.
Dando palos de ciego. La novia de tu amigo. Matarías con
      gusto cualquier signo de amor.
Usa ese poder, usa los libros,
porque luego el perdón de Dios es una fórmula
y tú eres el no-muerto que debe defenderse, el hipócrita, el
      sucio y el corruptor de sueños.

Dolorosa esa edad en que siempre estás solo
y a tu alrededor nace
la flor limpia de un mundo que nunca es para ti.











LO QUE DIJO JUDAS ESA NOCHE


Los discípulos se miraban unos a otros, pues
no sabían de quién hablaba.
Jn 13, 22


Largamente adiestrados en la sospecha, y hartos
de mentirnos los unos a los otros,
canallas que sonríen
mientras sorben sus whiskys.

Tiempo de contricción: nos hemos hecho daño.

Y hoy, si intento mirarnos como quien desde fuera
alcanza a ver el centro de las cosas,
veo monstruos perfectos: moscas contra un cristal.

Y sin embargo,
hubo un tiempo de rosas salvajes en el mundo
que habitamos a solas como amantes plurales,
y era buena esa mano distraída en un hombro,
beber del mismo vaso en lentas ceremonias de saliva,
desnudos de verdad
contra el cielo borracho de una noche inventada.

La noche es el salón que llenamos de humo casi a oscuras.
Tengo miedo a la noche que nos quita lo poco que aún nos
    queda:
esas rosas, las manos sobre el hombro.

Amigos tantas veces traicionados:
después de las mentiras, perdonémonos
aún, mientras hay tiempo.
En el fondo seguimos siendo aquellos amantes.
Luego, si la verdad sólo nos hace daño,
volvamos a mentirnos, pero esta vez en serio, como
      entonces.

Refugiémonos juntos en una gran mentira redentora:
la cascada salvaje donde nadar desnudos,
las copas de cristal,
cabezas reposando sobre pechos tranquilos.

Ah, no quiero, no quiero
que muera lo que acaso dura un día,
su huella inolvidable frente al humo disperso de este bar.

Porque la noche, el humo, nos asfixian;
somos agua de hielo sin sabor,
bultos entre la niebla. Nos estamos muriendo
y qué poco os importa.

Se hace tarde. Pensad en esa música
silbada entre dos luces, cuando sonríe el agua
y los cuerpos están en paz consigo.
Juguetes de calor, islas agradecidas.

¿Preferís la verdad de un destino automático?

Adiós, mis traicionados amigos. Mucho tiempo
amé vuestras facciones que ya otra luz afea y enrarece.

Va a amanecer el día sobre las flores secas.

Clausuremos el mundo con un beso.






Luis Antonio de Villena. “La lógica de Orfeo. (Antología)”. 2003, Visor.




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