Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 19 de marzo de 2016

Eduardo García




UN HOMBRE MIRA A OTRO EN LA VENTANA



Un hombre mira a otro en la ventana;
a otro hombre sentado junto a otra
ventana silenciosa,
su mirada en la página y el aire
solemne con que lee ahora una línea
buscando un sol de invierno, unos caballos
galopando en la nieve, una mujer
hermosa e imposible y fugitiva,
la caricia del viento y la costumbre
o la detonación, el grito, el breve
latido en que la sangre se demora
suspendida y a punto,
y ahora sí,
el temblor de la piedra sumergida,
el aliento que vibra y se desboca,
la ciudad que aparece en la distancia.

Un hombre mira a otro en la ventana.
Escribe unas palabras. No sospecha
más allá de la sangre y los caballos
y el viento y la mujer y aquel latido
que los trazos que araña en el papel
son los versos que el otro lee ahora.






TENÍA QUE ENCONTRARLE EN UN POEMA



Salió de no sé dónde. Iba descalzo,
con la cara tiznada como entonces,
el aire de un pirata diminuto,
la sonrisa torcida y en los ojos
intacta malicia.
                         Pudo reconocerme
a pesar de las grietas en mi cara,
a pesar de mi aspecto improcedente,
de mi disfraz de adulto, mi voz grave.
<<¿Dónde estabas? me dijo. Este verano
te echábamos de menos. Junto al río
he encontrado los restos de un naufragio.
Ven a cavar conmigo. En la otra orilla
nos vigilan jinetes emboscados.>>
Tuve que convencerle de que no,
que sólo estaba allí por un azar.
¿Cómo iba a irme con él con esta facha,
con este cuerpo enorme y perezoso?.
Allí nos despedimos, no sin antes
enviarle recuerdos para todos.
Lo dejé en su verano inagotable.









AL FONDO DE LA ESCENA



He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
             Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquel al fondo de la escena
escriba estas palabras.




Luis Antonio de Villena. “La lógica de Orfeo. (Antología)”. 2003, Visor.





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