Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 5 de enero de 2016

Juan Bonilla.




Fragmentos:




      Vi en una greguería de Pedro Jesús Luque que el número de teléfono del diablo era el 666, y lo marqué, porque siempre he confiado en que la verdad prefiera refugiarse en alguna habitación de la literatura antes que someterse al aire libre de la realidad, un lugar obsoleto por el que circulan demasiados zombies.
      Así que no llegó a asombrarme que al otro lado me contestara la secretaria del diablo, aunque de cualquier forma, como no tenía qué proponerle, colgué sin decirle nada. Al menos ya sabía que, en efecto, el 666 era el número del diablo.         Ya sólo me faltaba un buen canje que proponerle. Mi alma a cambio de qué o de quién.


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      Recuerdo, a este respecto, una anécdota de Juan Ramón Jiménez, que luego de firmar un artículo contra alguien, recibió la invitación del afectado a batirse en combate de boxeo, a lo que el poeta contestó: <<Encantado de pelear contra usted, aunque dado que yo no sirvo para esos menesteres, permítame que contrate en mi lugar a un burro que iguale la condición de usted, y estaré encantado de reconocer su victoria si usted le parte la cara a mi sustituto antes de que él, en mi nombre, se la rompa a usted>>. Dado que la palabra empleada por aquel editor quejoso era precisamente <<burrada>>, creo que la anécdota no puede venir más a cuento.


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      Vicente Aleixandre escribió, refiriéndose a otra cosa, sin esperar que un día sus palabras pudieran aludir a la televisión, este verso: <<Tras el cristal la rosa sigue siendo rosa, pero no hueles>>. La realidad tampoco huele tras el cristal de la televisión, ni siquiera duele, de ahí que todo lo que va apareciendo en ese espacio irreal donde acontecen existencias paralelas, pierda sus tintes de tragedia (porque en verdad la historia del señor enamorado de la extraterrestre era muy triste) y se convierte en broma. Porque en televisión siempre es 28 de diciembre, como si la programación no fuera más que un perpetuo homenaje a Joey Skaggs, al que, por qué no, también se le pudo ocurrir la guerra de Bosnia o el espeluznante reportajes sobre los orfelinatos para niñas en China.


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      Pero, nadie es perfecto, la rosa del realista no olerá. Y entre una rosa viva y otra pintada (por muy viva que parezca) uno preferirá siempre la que huele, de la misma manera que preferirá un frigorífico de verdad a uno pintado. (Pero si el pintado se tasa en unos cientos de millones, la cosa cambia, aunque la razón del cambio no sea el criterio artístico sino la ambición mercantil.)








Juan Bonilla. “EL ARTE DEL YO-YO”. 1996, Pre-Textos, Narrativa.




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